Imagínese paseando por su jardín, maravillado por la vegetaión, cuando de repente ve algo peculiar: un grupo de pequeños huevos de color rosa brillante que salpican la pared como cuentas vibrantes en miniatura. Estos racimos rosas son una señal de advertencia que indica la presencia de un huésped no deseado: el caracol manzana invasor. Conocidos por su voraz apetito y su rápida propagación, estos caracoles suponen un riesgo importante para su jardín, los cultivos locales y los ecosistemas circundantes.
Los caracoles manzana pueden parecer inofensivos, pero están clasificados entre las 100 especies más invasoras del mundo por una buena razón. A diferencia de otros caracoles, son resistentes, adaptables y capaces de prosperar en diversos entornos, ayudados por el cambio climático y el aumento de las temperaturas. En el sudeste asiático, donde se introdujeron en la década de 1980, estos caracoles se han convertido en una plaga en los arrozales, causando millones de dólares en daños a los cultivos cada año. También pueden propagar parásitos nocivos que afectan a otras especies acuáticas, creando un efecto dominó en los ecosistemas locales.
En Estados Unidos, estados como Florida, Texas y California están luchando contra estos invasores, y sus daños no se limitan a la agricultura. Se sabe que compiten con las especies autóctonas por el alimento, lo que provoca un declive de la biodiversidad. Si no se controlan, los caracoles manzana pueden convertir ecosistemas sanos y equilibrados en paisajes estériles, despojados de las plantas y la vida acuática que los sustentan.