Cuando mi nieta me echó de casa porque me casé a los 80, decidí que no podía consentir esa falta de respeto. Con mi nuevo marido, Harold, ideamos un audaz plan para darle una lección que nunca olvidaría, lo que desembocó en un enfrentamiento que cambiaría nuestra familia para siempre.Nunca pensé que contaría esta historia, pero aquí estamos. Me llamo Margaret y cumplí 80 años la primavera pasada. Vivía en una acogedora habitación en casa de mi nieta Ashley. Era pequeña, pero la hice mía, la llené de recuerdos y memorias de mi vida pasada.
Ella se marchó a toda prisa, dejándome sola con mis pensamientos. No podía quejarme mucho; al fin y al cabo, había vendido mi casa para pagarle la universidad. Sus padres murieron en un accidente de coche cuando ella tenía 15 años.La acogí e hice todo lo que pude para darle una buena vida. Ahora vivía aquí con su marido, Brian, y sus dos hijos. Su casa era espaciosa, animada y a menudo ruidosa.
La vida dio un giro interesante en el centro comunitario hace unos meses. Conocí a Harold. Era encantador, con una cámara colgada del cuello. Empezamos a hablar y, antes de que me diera cuenta, estaba deseando ir a nuestras reuniones.
En casa de Harold, las cosas eran diferentes. Me recibió con los brazos abiertos y me hizo sentir como en casa. Pasábamos los días planeando nuestro futuro, pero el dolor de la traición de Ashley seguía presente.