Lo crie desde que usaba pañales, pero fue con su madre… por un auto. Solo regresó cuando ella lo echó.
Cuando mi hermana pequeña vino a mí en mitad de la noche con un bebé en brazos, solo dijo una frase:
—Solo por unas semanas, May. Por favor. Pronto lo arreglaré todo.
Así empezó la historia, una historia que duró quince años. Una historia de amor, devoción y dolor.
Crié a Liam como a mi propio hijo. Dio sus primeros pasos en mi piso, me dijo sus primeras palabras y yo calmé todos sus miedos infantiles con nanas. Trabajé hasta la extenuación: en el almacén durante el día, limpiando por la noche, para que él pudiera tenerlo todo, aunque a mí no me quedara nada.
¿Y su madre? Cada pocos años, le enviaba un mensaje frío:
«Feliz cumpleaños de parte de mamá».
Como si eso bastara para ganarse la palabra sagrada: «mamá».
Pero cuando cumplió dieciséis, todo cambió.
Ella regresó. Con un maquillaje perfecto, un coche caro… y las llaves de uno nuevo.
—Esto es para ti, cariño. ¿Quieres vivir conmigo?
Ni siquiera se despidió.
Solo silencio.
Solo un rincón vacío donde solía estar su guitarra.
Solo una caja de dibujos de su infancia:
«Para la tía May, la mejor mamá del mundo».
Cinco años. Sin llamadas. Sin cartas.
Y entonces… un golpe a la puerta.
En el umbral había un chico adulto con la mirada apagada y una bolsa en la mano.
—Dijo que era hora de que fuera independiente. Que tenía que arreglármelas solo.
No pidió perdón. Simplemente… vino. Porque no tenía adónde ir.
Lo miré y vi al chico al que solía arropar.
—No tengo habitación libre. Solo el sofá. Y las reglas han cambiado.
—Lo entiendo —asintió—. Sólo necesito empezar de nuevo.
Lavó platos. Pagó el alquiler. Reparó coches. Y por primera vez, habló de verdad.
—¿El coche? Ni siquiera lo compró. Solo lo alquiló para impresionar…
—Qué tontería. Pero en aquel entonces, pensé que era una oportunidad para conocerla. Y después… me avergoncé. De cómo me fui.
Suspiré.
—No me traicionaste, Liam. Te traicionaste a ti mismo. Pero… regresaste. Y eso… lo es todo.
Él asintió, apretando los labios.
—Gracias por abrir la puerta. A pesar de todo.
Sonreí conteniendo las lágrimas:
— Eso es lo que nos hace una familia.
A veces, quienes más amamos se alejan. Pero el amor verdadero sabe esperar. Incluso cuando duele.